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F ACULTAD    DART ES   Y   CIENCI AS MUSICALES

REVISTA

DEL INSTITUTO DE lNVESTIGACIONMUSICOLOGICA

CARLOS VEGA

Buenos  Aires                                         Ar g en ti na

Año I     N? 1    1977


U'NJVERSIDAD CATOLICA ARGENTINA SANTA LIBRARIA DE LOS                                      BUENOS· AIRES

Text Box:

FACULTAD          DE     ARTES        Y                               CIENCIAS MUSICALES

Decano: Miro. ROBERTO CAAMARO

INSTITUTO  DE  INVESTIGACION                                                   MUSICOLOGICA CARLOS VEGA

(FUNDADO EN 1966 POR VOLUNTAD TESTAMENTARIA DE CARLOS VEGA)

Directora: Lic. RAQUEL ARANA

\


RE VISTA DEL      INSTIT UTO                  DE INVESTIGACION                  MUSICOLOGICA CARLOS   VEGA


Año  I           N 1           1977


Directora:

Lic . Raquel Arana

Secretaria de Redacción.

Dra. Pola Suárez Urtubey



El canto de los  trovadores  en una

historia  de  la música


Ha     de    ltaber     llegado   el     momento de afirmar  conaturalidad  que  lmúsica  de los estrados principescos que  se  encumbra­ ron  en Ja Edad       I edia tardía, hace cosa de mil años, se encuen tra hasta  hopor  cam· pos de Occidente sobrellevando la vida po· sible a su recia vejez; pero viviendo, apta todavía para inspirar apetencias y cu m pli r íunciones.  aucapai  dobtener   resonan­ cia en !os espírit us. Nes  difícil  hallar  en los ambientes folkló rico, música que se di­ fundió en  fechas remotas;  pero se  nece-slta co nocer la música de fechas remotas para atribuiantigüedad  determinada  a  la  que hoy nos i mpresion a como 1ejana. En tér· minos  más  concretos.  se   necesita   conocer las ca nciones anotadas en la Edad l\{edia tardía: 5C n ecesi ta leer  los  ilegibles  manus­ cr itos d e los trovadorC$.

Ya saben los especi a listas que muchas y muy si ngula res circ uns ta ncias favorables quisieron acompañar nos en la juvenil em­ presa de aclarar los documentos trovado­ rescos,  c1ue   n perdimos   ta extraord­i

nario  auxilio  de1  azar.Es  e caso  que en

1932   empezamo  leer  aq uellos   manu­s cr itos. y que  al  cabo  dunos  veinte  años de labor  casi  in cesantconseguimos  poner en  notación  moderna   miles   de   melodías de trovadores, troveros, spr uchdich ter ale­ manes, cantigas espa ño las, laudes italianas, en fin, gran parte de la  música  no  grego­ riana de  los  siglos  Xll  XI II ,··  1a música de los trovadores" , como  suele  llamársela para a bre viar.

Las fórmulas esenciales de  orientación que de(inieron nuestro i tinerar io tuvieron que enfrentar o elud ir casi todas las ideas consagradas  por   los  mediev;1listas  más  au­ torizados. 1ucha im portancia ha tenido la dominante afirmación de que e] canto tro­ vadoresco fue una creació n circunscripta, exclusiva, propia de un momento y cerr ada al porvenir. Se ha pensado q ue consistla

e obras extrañas  cu yo enfoque requería

el abandono de toda impresión moderna.


Pierre Aubry, medievalista renombrado, es­ cribía en 1908: "Yo dir ía casi q ue vale mlts o lvidar lo q ue sabemos, hacer abstracción de nuestras ideas actua les. de nuestra (or­ madón estética, de esos prejuicios inco­n cientes que forman nuestra mentalidad mu­ sical, y recrearnos un estado de espíri tu especial y nuevo que nos haga m:ls aptos para  comprender     los       principiodel  arte  en que se han inspirado los ml1sicos d e l siglo  Xlll"              (Trouvcres    et         troubadours, París,   1909,  pág. 176).  Antes        había es­ crito q ue era necesario dar a la nolad ó n trovadoresca  "un  sentido musical que por si mismo no aparece; una sign ificación cyo secreto se llevó el sig lo q ue la vio nacer" (La r yth miquc musicale des troubadours, Pa1·ís,  1906,  págs.  5-6).  Hace  s de  ci­n cuenta  años que                esta  opinión      básica de orie n tación in fluye sobre mcdievalisws, his• tor iadores y docentes. Aubry aplicó ,.,.., mé­ todo infundado y obtuvo dlos manusc­ri tos melodías que no st parecían a las me­ lodías modernas  ni    a       las antiguas nt a nada y, en lugar de abandonar sus ideas

y tra nscri pd oncs, lanzó a posterio ri la idea

monito ra de que el siglo XJI! 1enía " ' estética. Es decir, que le atribua l siglo XlJ J sus propias elucu bracio nes y e n ellas quiso ver después una estética medieval.

Pierre Aubry, erudito nota ble, por lo de­ más, no creó su método: Jean Beck, ele Estrasburgo, musicólog o no menos famoso,

lo preced ió en la idea de una relación rÍL· mica entre texto y melodía  compartic) con él la responsabilidad de los errores.

Otra de las opiniones dominantes hasta

hoy difunde que los modos gregorianos pre­ side n toda o parte de la creación trovad,o resca o. por lo menos. que hay escalas hí­ bridas. Siempre ha i mpresionado el  hecho de que el canto de los trovadores se haya escrito con signos gregorianos, y un autor afirmó que toda esa música es gregoriana sin1plemcnte  porque est        escr ita con signos eclesiást icos. Como shubiera            una. no ta


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cn pora cada música. Se llegó a decir de alguna impo rtante colecdó n trovadoresca que contiene "himnos religiosos". En este caso inter viene 1a sob revaloración histórica del canto gregor ia no y la su besüroación o el o lvido de la música profana  para danzas y canciones de altos estrados, de  burgos  y de campos. Jean Beck escri bla en 1928: "hemos podido constatar  las muy estrechas rd acio nes que existen  entre  las  melodías de los uovadores  y la  música  religiosa  de la Edad Media"'.

Una lerccra opinión sumamcnce nociva se in ter pone crnre la erud ición y la solu­ ción; la que atrib uye a la 1núsica trovado ­ resca series de {órm ulas ritmicas helénicas o, más precisamente, los modos rítmicos y los ordos med ievales. U rnúsica profana obedece  otras  formas  normas antiguas

)' posteriores, bien que un par de constlaciones coinciden con otras tanrns que usa· ron los griegos, y también con algún ordo d la  época Los  "modos  rítmicos"  esp­e raron vanamente una  interpretación  críti·  ca. En su ! ligar los transcripwres moder nos superp usiero n algunas fórmulas modaJes ríun icas a la acent uació n de las silabas, de

manera que Ja grafía íue enriq uecid a co n

una do b1e indicación del rit mo cua ndo en realidad   no   tiene   nioguna.   La   notación Lro vadoresca se fu nd a en la grego ria na  y en la polifónica, pero di(iere de ellas en muchas cosas importantes.

Por lo demás, era necesarientender  que, en  cuanto  emoviinienco  de  los   trovado, res se extendió  desde  1100  hasta  1300,  más o menos, la notación pasó de los signos sin valor a la escritura medida. Ha sido error difundido  larrib ución  de  medida   las no tas que no la tienen y la nc.,gac ió n de valor a las fig ur a.s valoradas.

Admitamos ahora que li nsuficiencia  de la notación  trovadoresca es  la  causa  directa y real de la  incertid umbre  loerrores: pero no olvidemos que los tricos  medie.. vales cHje ro n wdo lo necesario para que nadie atribU)'Cra d uraciones las  notas  por la acent uación de las silabas,  para  que  na­ die supusiera modos g regor ianos, para que nadie siguiera al pie de la leLra las indica· cioncs sobre los ritmos de la poJifonfa.

Ningún musicólogo ha pod id o compren­ der los  manuscritos  dmósica  profana  de los siglos XII y X íH y leerlos t-abalmeme. Algu nos 1ra nscribiero 11 b ie n - si no se cqui· vocaron en )a tonalida d- a lgu nas de  las pocas me lod ías académicas q ue a última hora   se  escribiero co longas   y  bre\1es.


Estas  nunca  prcsenrnrodificulcad;  pero la enorme masa de cancionc.s que se ha conservado en notad ón sin medida jamás fue co n movida por una visión cenera. Hace muchos años qulamás  grandes  autor i­ d ades de Occiden te coinciden en negar los resultad os de todos los tra nscriptores. No está de más que  oigamos sus  afirmaciones. J ules Combarieu nos dice, aludiendo a la discl'epancia de los t ra nscriptores; " una cuestión tan di versarnente resuelta por ar­ queólogos de gran  autoridad  muestra  que es lodavía imposible dar una i1n erp re ta ci6n exa cta de la llrica d e los trovadores y tr

,•eros"         (H is to ire de la ro usiq ue, Pa rís, 1930, g. 339) . T héod ore Gér old, med ievalista eminenle: ··Pero las monodias  hab(an  sido muy descuidadas: los ensayos de  u anscrip­ ción han tenido un carácter s bien enga­ ñoso" . . .        "los resultados har1 sido negati· vos". (La rousique au Moycn Age, Par ls, 1932, pág. 92). Gustave Reese, erudito nor· tcamericano:         " Muchas   cuestiones  concer­ nientes  la  inter pretacióTltmica   est.."\n to d a vía   abiertas a  discusión"            (Music in the l idd le Ages, New York, 1910, pág. 210). Jacques Chailley,  autoridad  europea: "No  o bstante  las seductorateorías dBeck y Aubry sobre los principios rítmicos que penniten leer la música  de  todos estos  poe­ tas composi1ores''...  "demasiadincertidum· bre SllbsiSLe tod  a vísobrla  transcripción proponer  en  no1ación  moderna"   (Histoire  musical du    Moyen Age, Par ís, 1950, pág. 138) .

Si rea lmente es as(, como se cree, co mo creemos nosotros, eran distin tos  los  ca1n nos d ire ctos. Nos in icia mos con la obser. vación de que la música  dlos  trovadores no ha muerto y q ue, a unque débil, se ecuentra  nuestr o  alrededor.  Peresta  ide.a, q ue un visionario genial lanantes que nosotros, no habría basta do. Noso tros in· trod u jitn os   al         esf uerzo         tornl    un                    estudio e:xhauSLivo de las íormas de las ideas mu· sicales y esto, precisa y casi exclusivamente esto, es lo que determina y e xp lica nuestra penetración  elos secretos  de  los  manucr itos medievales.  Hubo  leyes  de  forma  y era n  de          todos   conocidas   o inmfd as;                    por eso no se escribieron.

Se necesita además creer con fe  enlera que )a sica puede vivir mil años en los cauces de: la tradición oral, aun fu era de

su  con tor nor igin a lpara  eso era  pre

c1s0 de sd e ñar aceptados conceptos  de  la sod o logía  moderna  sobre  in tegra ció ob lg ato r ia    admitir    que   la    música  -por lo

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menos Ja música- puede reclamar un  u·a· camie n to e xcep cio na l, en cu an to parece evi­ dente q ue o brcvive a "su época". Tambitn

se  req uer ía   la  in t.rod ucció  n   perso  m1l del

musicólogo e <.-sos cauces  tradiciona les, la

colecci61"1 de la música  folkló rica  e gran c,sc1la  eestudio  metódico  de  sos  csu' uc- 111ras . D e esa  fe,  de,  a l d es d é n , de  la colec­ c ión  def   cswdiv  han  dado  ampJia   cue n t t

, ·a r ios libro s nuestros. (Recuérdese  que he­ mos hech o unos 35 viajes de est udio por la Argernim1 y po r parte de Sudr11nérica y q ue

hem"" grabado m s de 5.000 melodías folk­ lórit,1s).

Toda l.1 h is tol'ia general ele la cultura funda su ca pit ulo sobre Prehistoria en la rerte1..1  de  que  existen  casos  de   µerviven­ cia c x traord in ai·ia.me n te d ila ta dos . No mil

:ul os : clece1rns ele mi les de a11os -por no decir cernenarcs de miles- han sido atr­a

, ·csados por di versos b ienes esp irit uales )' materiales en manos ele sus pr i mi tivo s usm1-

rios. Los comienzos ele Ja música humana t:Stán vivo s en Ja voz de las tri bus más re­ zagadas.

La limitad isi ma perspectiva histórica en c¡ue se ha n prod ucido y producen los e.SlU · dios muskales de conser\'atorjo ha imp elido   ve1· el  pasado  como  un  territorio  sur­ cado por mi l LOrrentes de rnúsica que de­ sem bocan  e nuestros  d ías   potodas  par­ l C), Baste con recordar la d ifu nclid l es­ casa fór m u la ele los hist oria dores: primero.

la   melopea   griega;   segundo,   la 1nelopca

c1·istian:t;  tercero,  l polifonía   medie va y cu an o, la armonía moderna. Cuatro vene,. rabies monumentos, cuatro floracjones de reelucidísiinas minorías superiores un olvido  total  de   las  inn u mera bles conientes

,    n u i t iLUd in ar i a.s  q ue  la  tensjón emocional

<le los   p ue blos  lrn,     ita lii ad o   y soste n id o h;u ta  hoy   en   todo   licmpo  Jugar.   Hace sie tocho  siglos que  la  incipiente  no­ tación diastemática  occiden La a p re h e n d ió un   Jn omen   tl\lcido  de  esas  corrientes an•

tiguas. lcdio centenar de infolios docu­ meman la haza ,l a prünel'a )' crean severo problema al i111é rp r ete mod er n o.


En estas breves p•iginas no se traca de r<:cordaJ·, ni s iq ufora en  pr ie ta sín tes is, Jas p e r ipecias in telect uales de una veinte na de OOos  anle   los  manuscritos  medievaks:  la rcvisi6n de la bit,liogn,{ía mod er na, el es­ tudio  de los teóricos coe1.An eos,  e l ex.unen palcog r.Hioo, el a nálisis ele los s iguos, fa clelim i lac ión ele los d iversos s is temas, e l ha. llazgo de las clave de escriwra, !as verd;.,. dcras relaciones de  hi  nuísica  con  el  texto, el estudio comparado de los dices, el des­ cubrimienlo dlos  es.ilos  medievales.  . . No; un Bbi·o de  mil  quinicnt  p:1ginas  )' mil clisés espera disponible tiempo nuestro p:tra la imprenta. Deseamos ofrecer en esLa oponunida.d    oada  más  que                                 una    primera noticia sobre a nalogías es1i lis ticas e n tre las mcJoclias ele los trovadores y los d iversos ecu1d oneros foUdór icos a mer ica nos. Y Jlruamos b     a te nció n sobre una e.x_igcru e J)re­ tcnsión nuestra q ue esas  relaciones  son, por sí misrnas, la prueba defin it iva <le que nuestra lecl ura de los rn an uscr itos medic­

, , a lcs es Ja exacta, es decir, la ú n ica exa cta . pesar  de  MIS  anuncios,  ningún   medieva­ l is ta   moderno   ha   presentado   paralelos co­n

cretos entre sus versiones y fas ele c ualquier nn1' sica  :,ctual;  y es claro que  ta l  d ivorcio o  desencuentro  supondd a por  una J  )an e

un gran movimiento medieval sin deseen· dencia -cosa imposible- , y por J::i otra, grandes estratos de música  fo lklór ica,  an­ tig ua por defin ici<>n , s in a sce n den d a , cosa imposible.

Antes de presentar los pro me: idos pa­ ra le los queremos  deci1· a lg u nas  palabras SO· bre fa ritmica y la l ona)iclad de los  trova• dores.  Nuestro l'CCordado  esLUdio cxh a usti·

, o de las fo rma s de  las  ideas  musicales opera sobre el hecho de <¡ uen  em undo de la nuísica antigua nada está librado al albedrío  del  creador.  Hay  un  corlo  nú1ne ro

de   íornrns  preferidas.  La      simetría  es  un

pdncipio  sicológ ic c1 u impone  s ujeción a  esu·uct uTas  reg ulru·cs.   El  estudio  de   los códices med ievales rcveJa que Jas  melodías de los trovadores se producen casi exclu­ sivame nte e n las cuau·o formas sig uie ntes (r mulas básicas) :



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Aclaracim,cs: utilizamos solamente la se­ rie del S ( lcorchea  como  unidad )' sobre   esta   uniformidad   publicamos exten.

sa ob ra; [Vega, Car los, Lt1 mú.sic/l popular nrgentiua. F1·aseologla, 2 vols., Bs. As., 194 1] ; si e l lector tie ne id eas penurbadoras con respecto  las cifras  del   compás,  puede

sacar ésrns o poner en su lugar  las que  Je son familiares; si )a pert urbación se rela dona con las !ineas d ivisorias, puede sacar· las tRrnb ié n, pues nos conformamos con que deje las alLUras y las d urad o nes; las cuatro formas del ejemplo representan Jas n u mer<, sas fórm ulas distin tas c1ue puede n an iculai·­ se si se cam bia n los valores den tro de cada pie (subdivisiones, pundllos,  ele.),  sin  que se modifique el valor cota! d el compás .

Cuando un largo estudio  de  manuscritos nos enfrencó con melodías del siglo Xl ll escritas en notación mcdjda, quedó defini­ dvamenre  establee.ido,    por      test imonio ex· preso de los propios amanuenses 1neclieva­ les,  que  las  formas  atribuídas  por  nosotros a aqueJ!as antiguas canciones eran preci­ s:amenre las formas de los  trovadores.  Son la$ de l cuadro, excepto la prirncra (2"' 8}, r:u-ísirna.;  laparecen  tres o cuaLro               po r mil, que nunca han sid o escritas  en  notción  medid a.                Lo  cua J  no      s ign Hica nega­ ció n de s-u e xis tencia .

En cu:m to a la to nalidad,  las melodías de los trovadores revelan,  prlncipa hnentc, las siguiernes gamas: una escala hexatónica menor con sensible "abajo"; las escalas lla­ madas menor armónica y menor me16clica, cspcdalmerue activas en la secci61 plagal (plagal profano}; la escala llamada "modo mayor moderno"; la combinación orgánica del mayor con los menores: J;:i fus ió n dC dos escalns menores ensambladas con una lónica en ..su lugar'' y otra tónica  una cuar­ ta abajo; formaciones híbr id as; csquernas p<:rtlatónicos.

..ran   ricas eran las clis po n i b ili d aclcs tona­

}·(s de los Lrovadores: ra1'l comp1ic.adas para aquellos teóricos simplistas de los ocho mo­ dos antiguos, que ninguno  acertó  imagi­ nar ese co mplejo mundo tonal que integra­ ban tantas escalas extrañas para ellos.  Ante Ja evidencia de intervalos dcscono<:idos, e incapaces de entenderlos como secciones de otras gamas, clieron en ex plicar los como alteraciones, es decir, como adulleraciones de los modos anciguos . Sólo dos o tres tra­ tadistas Jlegaron a intuir que la música pro·

rana  respondía.   gradacio. nes  no  greoaor ia• nas, as1, neg ati vamente, sin aJcam;ar a re·

presentarse las d iversasgamas civiles. J ohan-


nes de Gro<:bco, inesperado ensayista cuyo singular tratado ilumina  la  Europa  musical del siglo Xlll, escribe rcliriéndose a la mú­ sica  ci udada na       (simpJici  mus ic:a vel          ci vil, qucm vulgarem):   "Este   canto   justamente no va por regh,s del tono ni por  ellas  se mide"; y Jo repite en otros términos igual­ mente    ine<¡uJvocos.  El Anónimo   lJ          de Coussemaker y J oh ann is Ga ll ic us confirman esta observación. Hubo varios criterios, de aparición sucesiva y aplicación simulLán ea, para   sorte-•r      las grandes dificultades de anotar 1a unue,1a música··.

Uno de ellos se funda en el reconoci­ micn10 de las escalas menores por an alogía con Jos modos eclesiásticos que tienen ter­ cera menor, y se generali;,,a una técnica que co1\Sis te - creemos               haber lo visto por ve·1. pri­ mera-    e.n reservar sus tónicas para los me-­ nores: los menores, pues, se escriben en  lt , re y sol; por lo tanto,  los  mayores,  en  do, efa  y  (con  becuadro efa o sin                                     bec ua­ dro) en sol. En concordancia con esta pl'ác­ tica los teóricos preceptuaron reiteradamen­ te que en las (órmulas la-sol-la, re-do-re y sol-fa-so l, la noca central escaba a d ista ncia ele semitono, es decir, indicaban las sensbles de los menores. Basta con cales pre­ ceptos - cligámoslo de paso- para rechazar todas las transcri pciones que omjten las sensibles de los menores;  y a ,iad amos                        que a ún e.n la misma época de Jos u·ovadores

se  escribieron  melodías  con  la  alteración de  l,a        ensib le.

O o·o de los cii cerios coe tá neos  torn a ba in necesaria Ja escritura de las alceraciones. Supongamos que nosoa·os,en lugar dmon­ t;n- la armadura, ponemos una breve acla­ ración  que  d iga,   por   ejemplo,  "fa   mayor" o "do menor": bastaría con esto para que im,,gináramos las alteraciones, como  en  eJ actu a l transporte mental.  Recordemos  a.ho­ ra  que     la   tónica  medieval  establecía              por misma el carácter mayor o menor ele la escala profa na y ad mitiremos que  el  lector ele la época podía  reproducir  los  jntervalos de la escala extra-teórica por simple concimiento práctico de  los  giros,  ya  q ue no por           una coincidencia plena de la escala misma.  Es  esto lo  que               noso tros llamamos la  apl icació de  ' 'pa trones  meruales"                                 (las escalas   -como   suma    de   gi ros- pensadas como complemento de lnotación  dcfec civa).

Un  tercer criter io  medieval aspira a mo­

<liíicar gr-áíica mewc los patrones 1nentales grego ria nos implícitos en las  tónicas  moda­ les. Las líneas y espacios de la pauta no

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indican de manera a lguna los intervalos de scmiLono. Los paLrones mencalcs de los mo­ dos gregorianos y clel modo mayor moderno dctern1inalos semitonos  de  si-do  y de  rni• fa,  no  por  la  graíía,  sino  por   enseñanza oral. El (a gregoriano Lie n e si  nalUr..11 por obra del patrón  mental eclesiástico,  el bemol de si destruye el patrón 1nc1>1al gre 1

goriano  e  instituye  gráíicarnen1e  el ma}'Or

moderno sobre la tónica Fa. Pero escc cri­ terio tardó quinientos años en compre nder integralmente el problema  i rnponerse, de

manera que a Jla rgo  de  tod o  ese  ticm¡>o el uso de las altcr:icioncs careció de regu­ laridad. Todavía en 1724 Fray Pablo  Nassa­ rre advertía a los cantollaniSlas "que en el Canto llano, por maravilla se se,iala  ebe­ mol, assi naLUral, como accidental'' . . . Y recomiendn q ue -en sus casos- lo hagan aunq_ue no  esté  serialad o.  Es  de  imaginar lo que ocurriría en  lnotación  profana. Todas las escalas mundanas actuales y otras que  se  perdieron  funciona ban  plenamente en el siglo XIJI. como era de espcr<lr.

Pa.semos ahora a la prueba de las super­ vivencias. Aun cuando nuestro  libro  sobre los trovadores explicará  su  tiempo,  paso a paso, el proceso de  nuesLro  mécodo  en el orden ideográfico, nosotros  creemos lo re petimos- que nueslros paralel<Js entre las canciones medie va;e.3 y las folklóricas ,,c. tualcs son suíicientes para inspirar, poi' lo menos, un franco asentifnicnto provisional.


con las quc necesitábamos para explicar el orige n de otras rnntas ex presio nes formales y csti1ísticas que se e ncuen tra n en el am, biente folklórico sin ultecedentes conod ·

dos. Y a llada mos q ue, conu.._, lo que podía sospecharse, la graHa de la comdidad -en parte aclarada por preceptos teóricos com­ plememarios-      y la gnfía de la rítmica

- con signos de fraseo >' has1..a claves nume­ rales-, si Uie n podrían pennitir a veces un escaso margen inlerpretaLivo para variantes, en   modalgunautori?:aría n   la   libertad total que se necesita p:t1';1 crear íormas y

estilos ,     g1- 1.s10  de  cada  uno.  Porque  si  así fuera esa escritura  no  habría sido esc·1ltura ni nada en Jos dempos mismos de los  tro­ vadores. Sólo podrían hablar boy de arbi­ u·aricdades los que están fuera ele las in Limidades p:ileográfic-as.

F.l tiempo que ha 11·a nscurr iclo de s de los trovadores hasta el folklore aclual es  gr-an· ele. Par;i q ue no lo sea tanto, podríamos empc1.ar por ofrecer algunas muestras ele subsiste ncia de forma s y esti los med ieva les profanos en melod las  del siglXVI,  es deci r, a medio carnino. Gran parte de la música culta y media no po liíón ica está lpicacla ele temas trovadorescos a lo lal'go de todos los siglos intenneclios.  Su  deseenso a las clases rurales -es le y sociológica­ explica su persistencia en los hon·anares folklórico,.

Vearnos   primero una  car1ción              española


No   es  pobre argumento  que           estas vie ja\


del siglo XJII escrita en n0 La c i,61 ineosural


c xpl'CSiones formales y estilísticas        coindclan        pura - excepto la mínima prolongación de

\

Text Box:



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'

 
fi n   de   frase (nola  chica)    por la regla de rnora ul Lir n ae  vocis-   v obscrvernos cómo perdura n .sus gfros en uncascarda  de  1581, y cómo las notas inmedialas a las líneas divisorias son  ,odas  iguales, al  e;a. rerno  de

que    nece.sÍla mos  admitir  que  ésta  es una

\  1ar ian ie  <le  aq ll a.

Este  paralelo  solo,  base  de  una trans­

C'r i pc,ió,   nuestra   no  hipot6tica   sino  iod is­

mediatos  siguien tes  e n  el  nh1el  de  la  "mc­

somúsica··.

Examinemos ahora una canción [rancesa del siglo Xlll  y cornparérnosla coun  pC· río clo te mático del "Balleuo cieno TI c, o u e O rla ndo", del siglo XVI. Demos una u·ans­ cr ipción "libre'' ( ! dOttorino  Respighi (en Antiche Danze ed Arie por Liuto, Ri­ cordi, s/f.) y lamentamos no habel' podido co11suhar el or ig inal antiguo para ver qué


c uti ble,  rompe el  supuesto  círculo cerrado

ele   Ja  Edad   !\led ia   nos   llllCstr a   e l des­

borde ele los trovadores sobre los .siglos i n

significa ésa  libcrrad .  Po r  lo  pro n Lo,  co n

libena)' todo, véase lque  ocurre, ambas

a la vista;



Una libertad de origen igno r,ad o se nrn..

nií iesta en dos se ntidos: conll'a el llano y delica do   estil de   l vc1·sión  medieval,  el baJleuo introduce pasajes orna mentales q ue, sin  embargono  abandonan   h1   lánea  a ntg ua;         contra la rigur osa simetría trovado­ resca, el ba1leuo nos  muestra  una  segunda frase  é)tirada,  ele                tres   p ies,  ilógica,   ruera de   medida,   no  sabemos  por  oiJra de               <l u é mano.  Ni  nos  interesa.  Lo   inevitable   es que  la  complejmelodía  del  trovero  (ran­ cés es el rnodelo <¡ue resuena en  eba lleuo de 1599.

El caso de h1 1ra nscripd ó n nuestra nos obJiga a  ofrecer  aclaraciones  nprevistas en n uestre planteo. Poco a ntes  después de 1300 hubo un mome1'lto de coníusión.

dua esc1·ibía      a   comienzos del  siglo    X1V   q ue el bin ario y el te rna rio "del 1uis1no modo se figuran" (et eodcm modo configu­ rllnturCo ussemaker,  IIJ, pág. 5).     Parece i ncreihle,  pero Mar chetto                     nos da Ja tran­ quilizadora 1·azón de esa igua ldad: " porque de lo imperf ecto nunca puede  haber  cie­n cia materia.l" (Qoia de imperíectis nun­ uam potest <..osse scie nlia materia lis) . Esto c.:s, que el orden binario no se puede eso·i­ bir. Nosotros lo transcribimos en  biirnr io por el podatus que, dicho sea de pa,o, es·á muy Uicu s i se  lvalora  polifónkamcn1e (b reve-longa) , pero que eel  ordepr­o fano constiLUye un recurso fonado e irre• guiar.

L eficacia  de  la  prueba  compai·aqLi  l  no


La escri tu1·:;1 de  p ies b inarios - <1ue se usa­

ba a rnás y mejor ..tl Jado ele los supuesta· mente exclusivos pies ternarios- se hacía tamhién con lo nga·bl'cve. !\farchetto de P-a

consiste  en  estos  pocopara lelos  ni  elos

q ue se e ncuentren mañana, por suficie.-nes c1ue parezcan. Acabt1mos de dar  coincidpe das de temas y estr uct u ras y daremos hast1

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un singular caso de identida.cl casi to tal de la canción entera. Todos ve.remos que son pruebas irrecusables; pero no es eso lo que nos impor ta. Al contrario, estos episodios analógicos, si no abundan, pueden atraer

la idea de exigir muchos que, adem:is,  sean idén ticos. No. Queremos or ien tar e l enfo­ que y llamo.r la atención sobre la coinci­ dencia de los esúlos medievales con los his· 16ricos o los folklóricos.

En sus etapas creadoras los pueblos ela­ boran "es tilos''. Los estilos no se definen soJamente por una esca.la o  por  un grupo de  escalas  paniculares,  nj  por  una  ro,,na o más formas rítmicas; se definen  por  el uso de una selección de células o giros me­ lódicos y por un modo ele  tratarlos;  por una selección de células y de íórm ulas rít· micas; por el empleo de un corto número

de cadencias {conmente parte o tocia la ultima frase de cada petíodo);  por  mane­ ras de ejecución, e1c. De modo que el creador y su grupo social se satisfacen con un   relativa mente  limitado  mín1e·10  de   las in n umera bles combinaciones de elementos que pueden ofrecer las altu ras, las dura­ ciones y la paleta de ta expresión. Por esto mismo tarnbién son in numerables los "es· tilos" y, c uando reapare<:en, cerca o a gran distancia en el 1iempo o en el espacio, el origc.n común es evidente. Nosotros cree• mos en la im posi bilida d de que dos movi­ mientos creadores, cada cual por su lado, pl·oduican   estilos   iguales;  siempre en1en·

dienclo que el "estilo" significa  pluralidad, es decir, que debe consisür en  un  número de canciones propo,·cionado con la densi· dad de los gr upos sociales  usuarios;  pero, en dctermjnadas circunstancias, una sola y única melodía de fuer te or igin a lidad puede

presuponer contorno estistico y cantidad.

En la comparación de "estilos" se da la quitacscncia del "criterio de cantidacl" que preconiza la metodología et nológica.

No es lo más conn\n (Jue el creador ele cada melodía acumule en ella "todas" las características de su estilo. Si una canción contiene parte de esos caracteres, y una segunda canció n otros distinlOS -caso ex­ tremo-,  puede  ocurr ir  que,  sin  coincidir en un solo valor, en un solo gll'o. las dos can.clone pertenezcan a 1a misrna familia estilística a través de melodías  parcialn)en­ te afines. Los paralelos que ofrecemos tie­ nen -repetimos- grapoder  demostrativo por mismos, pero es mayor todavía la íuerza probatoria de la analogia del  estilo que se nos revela en ellas y que, en rigor,


se superpone a la a.nalogía  particula de las dos canciones comparadas.

Nueslra  labor de  lranscripdón  reveló uil

insospechado número de  estilos  vigen  es  en la  etapa  tro,•adores ca  (1100- 1300)        y iodos ellos tienen correspondencia en  igual  nú­ mero de estilos actu:.les, ya e n el  ambiente ele la " mcsomúsica" , ya e n los terrenos [oJ. klóricos.  AdcmA.s .    apa reciero n en los ma nuscr itos    medievales     los estilos escogidos por los compositores de los círculos enc ubrados para fundar la músiC".a superior de Occidente. El llamado "cr iler io  de  canli· dad'' por los etnólogos alemanes no es un

segundo criterio•a1 lado del "crirerio de forma'' sino la rei1cración <le la ttnalogía formal en varias especies ele  las                                     que inte· gran    agrupaciones  de  hcd1os     cultura.les. Esencialmente, siempre se trala del "e-rite· río de forma". La  multiplicidad  dentro  de Ja especie musical supo ne que cada melo· dfa es un produclo que oo se 1·epite: en el cotejo  de  estilos  -  cotejde  subespecies­ se comparan cantidade.s.

Nosotros sostc,1ernos que los aco1upaña­ micntos  armónicos en  fórmulas  breves  que la historia no explica, están acdvos  en  la Edad fodia, )'  uc  acaso  vengan  de  épo­ cas muy anteriores. Nos referimo s a e.sos esquemas regulares (ele .. un compás", di­ ríamos ) que  hoy oÍlllOS  en  el  vals,  la  polca, la habanera, ta mazurca, la marcha, etc.,

- de todos conocidos- , )' e n numerosas es• pecies líricas coreogr:líicas  [olklór icas. Esas fórmulas son elcrucnt0s fuertemente caracterizadores desde su secundario plano acompañante y en cuanlo se presentan aso­ ciadas con diversos estilos melódicos lleg-..t11 a constituir verdaderas " fam iliilS de estilos'". Con frecuencia ocm·1·e que las fó1·inulas rít­ micas tijas del a.co rnpa ña nliento  se reflejan o resuenan en la línea melód ica, hasta podría  pens-arse que   al  com ien zo  las mela.

<lías m..ismas respondían ;ti esquema :t<:o m­ pañantehoy es  común  que  se introduzcan

varia1ues tanto en el esquema como en la linea melódica.

A lo largo ,le las costas del  Atlán tico, ck-sde Norteamérica hast.a la Arge ntinavi. ve un c:incionero rural y subul'bano de h milde fatLUra, car;kter pcnetranLe y gnH'I éxito social. Varias veces ha ascendido a1 plano super ior de la ' '1ncsoinl\sica" con los nombres de  on,M,  modiña  (binaria),  sam· ba, danza, entre  otros  muchos,  se  ha  co· Jo cado  en       los programas unfrersales del baile con los nombres de habanera, maxixe, tango argenti1l0 1    >co n el  de           a lgu n as dan·

1.a.s     norteamericanas. Este cancionero -que


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al lado de su estilo p rin cipa l admite otros

)'  forma  ugru po  de  estilos-  tiene  una sola forma de !ras;, (la del 4 x 8), una sola forma ele período y una sola especie que cambia de nombre. Le atribu yen orige n africano.  Se  encuentra n  e un  1r1a n uscrito español d e l s iglo XJTJ varias muesu·as, si n duda de :ucenclien tes o de fa miliares de las americanas, Como una ele esas canciones


progen itoras aparece escrita en noración mensu ra! pura  prodigio  no  igua lado  en la  Edad  Media-  no   hay  nadq ue   pone, ed uda.  Aquí  eludi mos  ed eta llde  la " longa con p u ni illo" por ser larga la ex­ plicación. Vamos a poner a slado una de las melodías folkló ricas americanas de la misma familia.


En este paralelo, como se ,·e, no h e mos buscado  la  analogía  dlos  giros  mismos sino el cfrculo de constelaciones rhanicas características  de  la  [amilia  que  se   funda en   la  fórmula  del                                 acompañamiento anguo. Esta íamilia rítmica domina una  gran parte o l01a )'Or  pan e, de  las  ex presiones del pie binar io. Dcsap::ir eció casi por com­ pleto en Europa  pero  la  representan  mi­ llares de canciooes folk lór icas y <le sa lón vivien tes hoy en cua lq uier lugar  de  A1ué­ rica occidental. Le hacía falta su antece­ dente  mcdie,1a)  y ya  l tiene .

En la ciudad de Lima, ex metl'ÓpoH co­ lonfal sudamericana y g ra n centro de ra­ diación, y en  toda  la  zona  de  santigua infl uencia,  prosperó  elos  siglos  XVI U  y

XJX   unramilia  de  especies  ricas  de es­

t i lo   análogo   seguro   parentesco.   Las  es­

pecies reci bieron en cales o cuales regio nes


los nombres de yaraví, triste, décirna, to· nada, tono y "es1ilo", c urioso baut..isnto es te últi mo que nos acerca a la co nfusió,n Se llama "estilo" precisamente poi' un reco­ nocimiento de carácter.  Estas especies,  por 1n CL'cla con ekmcn,os aborígenes y por evo­ lución dispar en su expansió n conll ncnta1,

se  han  distanciado  un  poco  entre  sí.  y ocurre  que.  entre  todas,  son  las  canciones lla madas ' 'estilos" las que m¡ls d irecta y cabalmcnlc permiten reconocer sus antece­ dentes ele forma y carácLer en  los repeno­ rios medievales. Una decena de  "estilos" hemos hallado hasLa hoy, todos en el ma­ nuscrito  846  de  París;  ,11uchos  centenares he grabado personaJme1ue e n la campaña argentina. -No p uedo ofrecer en para1elo canciones idénticas; pero una sola muestr a bastará para reconocer el p;trentesco estilí.s-­ tico de las medievales con las a1-gen t in as:


Compárese la primera frase de  la  me­ dieval con la úilima ele la a,·gcn tina; pero entiéndase que no llamamos la  a tenció n sobre la sem e jan ;.,a: de a,nbas sino sobre la a na logia esrilíst.ic-a. Cosa vcrclaclera menle no table es que todas estas  lejanas  precur­ soras de los ''estilos"  criollos,  están  escritas en  la  tonalid a d  ele  mi  menor,  que  ja más se usa para otras especies. Esto s ign i üca r ía oue el amanuense d efi ne e l nero por la elección de la tonalidad, es decir, que se trataría de un comple mento ele la notación como el q ue reserva determinadas  tónicas  para los modos  menores  o  para  los  may­o res.  como  vimos.  Las  melod ías  med ievales

"auténticas''     ter-minan   en  la   tónica. salvo

los pocos casos en que co nclu yen en la do­ minan te para recomenzar. Todos los "esl.i, los'' medievales no terminan  ela  tónica. sino en ra ter cera, s implemen te porq ue la línea melódica lleva una tercera paralehi inícrior <1uest -í destinada  a dar  la  tónica íi nal. exactamente como en los  "estilos'' [olkló ricos s ud americanos. Po r C><cepción, e l

"estilo"  del  Rey         de    Navarra escá escr ito en          rmenoresto  es,  que  el  amanuense

acaso  por  no  haber  reconocido  su carác­

ter-    ha aplicado aquí la norma del re para los meno1·es; pero, caso único. este mismo "estilo" se e ncuent ra en  el  folio 82 crans­ cr ip to a s u tonalidad de elección.        la de mi menor. Aclaremos que, otra vez como  en el caso de los  "estilos"  criollos,  enero se produce en la doble modalidad menor­ mayor   (si menor-sol  mayor)     y alguna vez el ú ll imo período termina en la tónica del mayor.

Estos trabajos de exhumación y compara­ ción nos revelan por vez prime ra la exis tencia de un g ran cancionero que, adscripto de hecho al 1·ito cristia no, corre por la Edad

:i\fedia  a  un  nivel se1nic u lto  o  popular, en


tanto la mt'1sica gregor ia na man1iene su plano erudito superior y o ficia l. Las me­ loclfas de ese cancionero aparecen en varios códices europeos antiguos, muchas veces con texto  profano; pero  sure laciones  con   fa de voción se  nos  manifiestan  especialmente en las  colecciones  de  " la ude"  medievales. en las "lodi spiritual i" deJ Renacimien to,

>' -esto es lo extraordinario- en fa prác­ dca  viva rural de AméricaLas mismas

melodías ele la lclacl fedia tuncionan aquí como himnos ( alabanzas, salves, trisagios, etc.). como villancicos de Navidad y -por el nexo del "niño"- como canciones de cuna.

La exlensión lim itada de este  capítulo nos obliga a reducir los ejemplos  musica· les al ex tre mo. Vamos a elegir una rnelod•a particulanncnte focunda en sugestio nes de diverso orden. La no tación en que se nos presenta carece por completo de toda indi­ cación tonal (salvo la clave) y de toda acla­ ración sobre las d uraciones.  Casla to ta· lid ad de las siete mil canciones de la época nos llegan en tan penosas condiciones. Estas han constit uido siempre lo más grave del problema paleográfico. Ya hemos d id10 q ue no hay espacio aq ni  para  la más suma· ria ra n de nuesu;o método; pero ahora nos brinda  locasión  de  valorar uno  de los criterios auxiliares de la  transcripción. Es un criterio de incidencia muy compleja, en parte activo como orientador, en parte confirmativo del resultado: cosa delicad a e n que ha¡- que eludir la petición de principio . Nosotros hemos grabado en campaña cen­ tenares de estas canciones; este conocimien. to es uno de los medios con q ue llegamos

al manuscrito meclievaJ, y si es verdad que por momentos ayud a, e n ningún caso de­ cide por si mismo. Los  otros  crilerios  son los determinantes. Observemos la copia o


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calco del  original.  La  nota  final  es fa, lue­

go  ltonalidad  es  Fa  mayor  (por  lo que


i,5, 89 V, 90  V, I,J !   J16 V,   120  V,  125 V, 130,

1,31    164,   153,   176  V, 180,  182 V,  185, 201


explicamos    antes).  Las cUversas pruebas para  descubrir   la  esn·uc1ura   indican   que el ajuste cabal  se  produce  en  el  molde  de la segunda forma (4 x 8), en que  una  di­ podia blnarja se mueve y otra reposa. Nues­ tra grafía  requiere e l ''comp:h'' moderno c1ue le conviene, el de 4 x 8 de nuestra nomenclatura o  el  de  la  tradicional. El manuscriLo , mediante el "finis puncto­ rum", especie de Hnea  divisoria  con senti­ do ideográfico, nos indica el término del semiperíodo  - l'IUe ve     figuras         para   cada uno- , es decir que cada frase debe tener cuau·o o cinco figuras . U na ve-, s deci­ mos  que   es imposible comunicar porme­ nores de nuestro  método.  Pero,  una  sola vez, para que se aprecie la naturaleza deJ recurso y la responsabilidad técnica y a·J. tica que signi(ica. vamos  a  comunicar  uno de los medios que empleamos para ld e­ tenn inad ón de las duraciones de1nro de cada frase. La [rase inicial, idéntica, o lige­ ramente variada, aparece emelodías  de los siguientes códices  y folios: Paris  846,  {Q 3; Pa ris, 225! 3, f'I 87 v, y f9 5 v; Jena f9 18

y [9 38; Cortona 91, [ Q 90 v; J\lla dl'i d, l 0.069

(números de la edición de la Real Acade­ mia  Española) 17, 56.  76, 80, 92, 95; Ma­

drid,  jb2:   folios 7,  40,  45, 49, 57, 62 v, 75,


V, 209 V, 2(4, 259, 263, 269 V, 277, 278,

280 v, 308, 308 v, 310 v, 321, 321 v, 333

v, 340 y 355. E importa saber q ue esa trase inicial, la cual, por otra pane. es un tercer modo rhmico "binario' ' que aún reprodu­ ce la clásica constelació n del dáctilo, apa­ rece muchas veces escrita con notas med das. Varios otros criterios integran Ja suma metodológica que hemos creado, y su apli­ cación reduce al mínimo humano las posi­ bilidades  de   una   fa lla En  iodo  caso,  a­l gunás incertidumbres de  detalle,  sivalor t n el conjunto, pesan hoy ni m:is ni menos que como debieron pesar a los propios letores medievales. Esta notación carecía de elementos para regiscrar minucias rítmicas dentro del pie d e notas simpl es; pero el lector de la época podía optar en armonía co sus  experiencia tradiciona1es              y  ese juego de          pequeílas variantes pódicas era connatural a la expresión individual. Los cantantes de hoy supe ran aquellas liberta­ des por sobre una escritura más estricta.

Hemos dicho mucho más de lo que nos propusimos. La el ocuencia de) cuadro que ofrecemos dirá, a un lado pormenores de transcripción, mucho de Jo que nos impor­ ta sobre los antecedc1Hes medievales de la m{Lsica foJkJórica americana.



Origi11ol. ( Copia del inam,so·ito.) En el

códice   la   notación  se   manifiesta  en dos

.pautas largas.  Como. la  disrnncia  e ntre las


notas cst.á determinada por el ancho de· las sílabas, nosotros hemos acortado las lineas por razones de espacio, reduciendo los blan

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es,

 
cos in ter medios, sin q ue esto importe nada. Las fig uras cuad radas con uno o dos trazos so" po nlos''     de  un      sonido sin valor es­ crito;       los que                  tie nen          la cabeza redonda (véase la a n tepe n última) son plicas, y d an un segundo sonjdo a diestra. Tampoco i port;Hl los u"'zos en este códice. pues ape· nas son g as latera les para hacer los cu drados y á n semiborrados por los siglos. T,·ansc·i,pción. Establecid a  la forma (4x8)

y la    tonalidad       (Fa) ensayamos  el agn-.1

pam icn to  de     las   notas   en   pies  ele  los


piei en dipodias de inovirniemo y de  re• poso en ahernanci:1. Pasamos todos los si­g nos a los pt ntagra1n as modernos sin mod i­ ficar nada de nada. Ponemos en  claro  el bemol a usente. Atrib uimos valor a las fi. guras de acuerdo con. nuestro métod. o es­ pecial para este subsistema  ele no1ac1ó n. Las norns [i nales se prolongan por la  regla de "mora ulLimae vocis" ; los amanuenses no us.an n ing ún signo pat·a tales prolongacio­ nes  e ning uno de      los sisLe mas trovado­

rescos.


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A,-..ullos folklóricos. La melodía del ­ d c ita lia no   de   haci 12i  reaparece  en los campos del Brasil y de la Argentina a setecientos años y a cerca ele 10.000 kil ó­ metros. La semejanza de las versiones. su· pcr.mdo los rminos genera les de la ana­ logía estistica, desciende hasta Ja min ucia

,p: n icular de mi ,nodo, q ue hasta nos pa­ rece una exageración, casi u11a falta de res­ peto al 1iempo y al espacio. Lea el estu·

d ioso  esa escritura  medievade  cualq uie r


kl6r icas a mericanas, nosoLros hemos re co n ddo cs..1.s t r es     )' las   h emos            p u es to en           re l­a ción. En dos de elfos no ocurre nada; en la primera  ocurre  simp leme nte  q ue está es­ cri t en notadón hasta hoy ilegi bleSólo qt11en p uede        leer los manuscritos medie­ vales esen condiciones de relacio narlas.

Un  d_e   las  bases  de   nuesLro -u abajes levidencia  de   que   ecompositor,   como epoeta,  utiliza  un  rono  m.\mero  de   for­ ma.s. Esco misrno pod rí a suge rir a los es­


manera,  compueda; eso que         lee está en

la campaña de Sudamér ica )' e n muchas


p ucos que     una ca nción de lo cuatro frases bre_vse podría crearse de nuevo por


Otras    pa n eshasta  se   nos   presenten n >tacio nes medidas  pos,erforea  las  mclle vales. Ya ni s iq u iera importa afia d ir que tanto la antigua "Ja uda" como los aITullo

_ (q ue son camb ién villancicos de Na vidad) uenen textos religiosos. Los viJlancicos se convierten en arr ullos a través de lpala­ bra " uii'io'·.

E i:icrc  miles   y  miles  de     melod ias   an­ti

guas,  e1)u·e  mi  l es  y m ilcs  de  nielodfafoJ.

o


atar. Olvidemos la po lé mica " d iverge ncia· con vergencia" de hace medio siglo; olvide· mos el pl'Onu nciamiento de preclaros  cole• gas e n eJ se nt ido de q ue una canción es fe nó­ meno tan complejo que aleja la idea de la invención         independiente;           olvidemos q ue aquí  o  s                  tratde  una sola  canción  q ue se rep ue s mo de gran cantidad de música

- cancioneros e n teros de estilos difercn· Le;   o lvidemos  que   la   música   foJkr ica e ncue n Lra sus a nte pasados y que la m úsica


med ieval recobra sus descend ientes; en fin, olvide mos la eviden cia a título de conce· sión y digamos que si, que una cancioncita puede crearse de nuevo.

Poclrfamos o írcce m od o  ele     re[ ue rzo

varios  ou·os    cancioneros   folJd ó r icos  euro-.

pcos q ue tambié n vegetM'I si n ante pasados; pero nos vamos a limi tar a pre.sentar una canció n más larga, de dos períodos. es de­ cir, una canción <1ue dning ú modo puede crearse po r segunda vez. Nada más

<Jue eso. Ob,se-vcmos el paralelo.

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El all!Or desea hacer una sola aclaración: no conocía el himno  hebreo.  Udía  q ue lo visitaba el eminente organista belga J ulio Perceval se lo dio a leer, y fue él q uie n reconoció en la versión medieval el remoto antepasado del himno. En el códice de Cor­ wna es un caruo cristia no. No más comcn- 1.1rios.

Ha   ocu rr id lo  q ue debía ocurrir. La música profana de los siglos xn y Xlll no

constiLuía un cido cerrado;  es  unde  las tantas generaciones histór icas que se enca­ dena con rm sica progenitora anterior inorada  pero  cicna  y cola  música  poste­  r ior q ue por diversos caminos lucha hasta nuestros días por seguir viviendo.

Pero la revelación de las 5.000 melodías seglares   (sin  contar  las  repetida•)          que se han conservado en los preciosos códices eu­ rop<.. s supera con mucho el simple episo­ dio de u n a re lació n entre .Europ.1 medieval Sudamérica  [olkló rica        y co nstit uye un nuevo corpus clocu menrnl capai de alentar una his toria integral de Ja música de Occi­ dente, camino de una intelección genc.ral.

La    b is tor ia de b. 1núsica, ta l corno nos

la presentan los historia dores  modernos  (no los musicólogos) , sig ue sien do ta a m igua historia  ele  los  príncipes:   una   historia   ele los cua Lro últimos siglos pl·incipa hucn te

a te nta a los co1n positores y a la o rq ues ta. Lim itad a a la mt'1isca superior - la más va­ liosa y menos colectiva- se circunsc1ibe ele

hechal  5 % de   la  música  que  suena en

el nnmdo.

Al lado de esa ll'1úisca hisLór ica s uperior vienen desliz.ánclose desd e ha ce siglos en la


pen umbra varios enormes raudales sonoros para la canción y la danza, la "mesoinúsica" . Rep resenta n cerea del 80 % de la música que se oye act u a lmente y es 1aJ su impor­ tancia económica que promueve n y sostie­ nen empresas gra badoras, e mpresas ed itor as, elllpresas rad io telefónica• l' de TV. acade­ mias populares, bailes p ú bl icos, tea tros, fá­

bricas de  grabadores  y  reproductor<'S  mecá· nicos, organizaciones aulOrales, e le.• y ex­ tienden sus beneficios,  sin  propo nérse­ lo. incluso a la propia 1n{1Si ca s u per ior.

Po r s u pa rte y en sus campos vegeta la música folktór ica. segunda en impon ancia social;  en  los  más   lejanos  re1a rda dos h on ta nares,  lya  menguada  música   ele   los p r imitivos se anima  conserva  hasta  boy imp resionanLes d a los i néd itos sobre oríge• nes e iti ne rar ios apLOS para esbozar una prehisto ria   musical   de   hacia    doscientos mi)

años  rumbo a los  tiempos oscuros  en q u e

el hombre, mamífero y desnudo, se hace músico haciendo msica.

Las escuelas musicales no gregorianas de los siglos XII y Xl ll , d ign ificadas e ilus· trada.s por tos príncipes  creadores,  acogen las Lra d icione .s seglares cullas y pane de las populares en dila tadas  áreas  europeas  y, ano ta das sus expresiones por orden de la conc, forman hoy, en un ensayo de cuadro sinóp tico un iversa l, una especie de  friso  a la altura de los años 1100-1300 que - como hemos dicho- nos explica el paso de tradi· ciones arcaicas y nos revela e l í undamento de setecieruos años de música occidencal posterior, activa en los salonts o en el aflo­ ramiento folkló rico.

Octubre, 1962.